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La foto de las preferentes

Publicada el: 19 de enero de 2013

Un anciano, cuidadosamente vestido, con semblante serio, circunspecto, avanza hacia los mostradores vacíos de una sucursal bancaria, portando un cartel donde con caligrafía cuidada pone: “Bankia. Queremos nuestro dinero. Nos habéis estafado”.

Al lado, un anuncio, propio de otro tiempo, con la foto de espaldas de un conductor a bordo de su descapotable y en un carretera que es una recta interminable, recoge otro texto, paradójico: “Disfruta del momento. Bankia”.

Al fondo, un guardia de seguridad, cabizbajo, abandona la sala y avanza por detrás de otros clientes con sus carteles en alto, que observan a su compañero de protestas, el anciano, que con su sola presencia domina la escena.

No gritan, no se encaran, simplemente ocupan pacíficamente aquélla que fue la oficina de “su caja”, donde en confianza depositaron los ahorros de toda una vida, el complemento imprescindible a su futura pensión, sin que nadie ahora los atienda.

Leemos en la reseña: “Las cajas han sido mangoneadas, exprimidas y finalmente arruinadas…Los conniventes presentan manchas delatoras de corrupción… Consejeros colocados a calzador por presidentes autonómicos que no leen los informes de auditoria (incluso se jactan de ello), representantes políticos con etiqueta de que defiende lo uno y su contrario, y directores generales que calculan al céntimo su pensión, pero son incapaces de percibir las consecuencias de una crisis inmobiliaria en su cuenta de resultados”.

El hundimiento de la banca es la historia de un naufragio colectivo, el de un “Titanic” vulnerable, no por sus debilidades estructurales, sino por haber sido pilotado por unos presuntuosos, mantenidos en sus puestos por quienes ahora los ignoran.

Y cuando los bancos hacen aguas, sus responsables, como las ratas son los primeros en abandonarlo, mientras aquellos presidentes autonómicos que sacaban pecho y estrechan sus manos para la foto de la fusión bancaria, ahora se las lavan como Pilatos.

Lo peor no es lo que consintieron sino su pasividad ante el desastre. La solución que proponen es un arbitraje que no llega para todos y una quita de casi la mitad porque no han querido separar de los balances purgados el dinero de los ahorradores engañados.

Ahorradores como el anciano de la foto, al que a pesar de su desgracia le sobra todavía esa dignidad ausente en los responsables de este inmenso fraude, unos por activa (los gestores de las antiguas cajas) y otros por pasiva (los gobiernos y sus organismos reguladores).
 

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