Si el siglo XIX vivió la revolución industrial y con el XX vino el inicio de la era informática, los albores de este siglo nos anuncian la eclosión biotecnológica. Produce vértigo pensar que desde el conocimiento de la claves de la biología humana podemos estar jugando a ser Dios, como se cuestiona Dworkin. Si ya ahora se realiza con éxito la selección embrionaria para evitar enfermedades congénitas, evitando que en esa lotería de la vida alguien nazca con el décimo desagraciado de la enfermedad congénita, en un futuro no muy lejano podemos asistir a lo que en épocas pretéritas sería calificado como milagros de inspiración divina.
Si el siglo XIX vivió la revolución industrial y con el XX vino el inicio de la era informática, los albores de este siglo nos anuncian la eclosión biotecnológica. Produce vértigo pensar que desde el conocimiento de la claves de la biología humana podemos estar jugando a ser Dios, como se cuestiona Dworkin. Si ya ahora se realiza con éxito la selección embrionaria para evitar enfermedades congénitas, evitando que en esa lotería de la vida alguien nazca con el décimo desagraciado de la enfermedad congénita, en un futuro no muy lejano podemos asistir a lo que en épocas pretéritas sería calificado como milagros de inspiración divina.
El estudio de las mutaciones genéticas es el siguiente paso para desentrañar los jeroglíficos que contiene esa triple escalera de caracol que es la estructura del ADN. Se trata del objetivo de The Human Variome Proyect, consistente en elaborar un diccionario con todas las variaciones del genoma humano que afectan a la salud por estar asociadas a enfermedades, fundamentalmente neurológicas, como el párkinson o el alzhéimer. Para eso hay que identificar los escalones que chirrían y que pueden romperse con el paso de los años, comprobando la relación entre la mutación de cada gen y una determinada enfermedad.
A partir de la identificación de un defecto genético predisponente de una patología neurodegenerativa se podrán diseñar medicamentos específicos que permitan repararlo. La creación de drogas personalizadas adaptadas a la secuencia genética es precisamente el objetivo de la farmacogenómica. Es lo que se viene denominando ya medicina a la carta, diseñada en función de los caracteres genéticos de cada paciente y de su interacción con su entorno, determinado por la dieta y el medio ambiente. Con ello se consigue una mayor eficacia, una mejor relación calidad-coste y una atenuación de los efectos secundarios.
Esas drogas podrán administrarse mediante la implantación de biochips en el cuerpo humano. La nanotecnología está evolucionando hacia la creación de minúsculas partículas monitorizadas que podrán conducir los medicamentos hacia las células enfermas, evitando que la toxicidad de su cargamento contamine a las sanas. Esas pequeñas cápsulas, como si de un submarino centinela se tratase, viajando por el torrente sanguíneo y dotadas de unos detectores podrán también obtener información de los estados iniciales de las infecciones virales para ser tratadas antes de que el sistema inmunológico sea capaz de actuar.
Regeneración del cerebro
Otro objetivo, ahora mismo en fase experimental en España, es la regeneración de las zonas muertas el cerebro, a causa de un ictus por ejemplo, mediante la actuación de nanopartículas que estimulan el crecimiento neurológico gracias al uso de las propias células progenitoras que tiene el organismo del individuo. Además la implantación de biochips en el sistema nervioso podrá permitir la recuperación sensorial -como ya acontece con la prótesis clonear en el oído-, pero también motora en pacientes tetrapléjicos o incluso a nivel cerebral para aumentar determinadas funciones cognitivas.
Ese escenario futurible que parece más propio de la literatura de ciencia-ficción no es una fantasía especulativa. Se trata de un conjunto de líneas de investigación que equipos multidisciplinares de médicos, ingenieros y biólogos vienen desarrollando en importantes universidades e institutos tecnológicos. El cine -al igual que las novelas del Julio Verne en el siglo XIX- ya anticipa en parte cuál puede ser el futuro de la especie humana en los próximos 30 años. Recuérdese a los cybors replicantes de la afamada Blade Runner o a los humanos genéticamente perfeccionados de la no tan conocida Gattaca.
Esta última película recoge un tema que fue tratado sesenta años antes por Huxley en su obra Un mundo feliz, en la cual dibujaba una sociedad presuntamente dotada de ese atributo gracias a un medido bienestar científicamente obtenido, pero carente de libertad. El riesgo de un mundo infeliz reside en las consecuencias de una industria biotecnológica que pretendiendo alcanzar eso que Nozick denomina "supermercado genético", conduzca a una estandarización de la especie humana con la consiguiente reducción de la variabilidad del fondo genético y la limitación de adaptación a las nuevas condiciones de selección, ya advertida por Jones.
Esa amenaza entra de lleno en el concepto de "sociedad de riesgo" acuñado por Beck, también denominado "riesgo del éxito" según Aganzi, que nos obliga a ser cautos a la hora de evaluar la novedades en este campo científico. La cautela frente al desarrollo biotecnológico desde la perspectiva del Derecho ha supuesto para los juristas la implantación del llamado principio de precaución, con el que se pretende redefinir el concepto de responsabilidad, orientada más a la prevención que a la reparación, precisamente porque el mayor riesgo, cualitativo y cuantitativo, hace ilusoria esa segunda opción.
La medicina tiene que ser fiel a su objetivo de obtener remedio para la enfermedad, lo que incluye a las congénitas. Buscar la perfección genética en niños superiores (supermanes o mujeres maravillosas, por utilizar el título de un libro de John Harris) no puede constituir su fin, por muy sugerente que para un padre sea la posibilidad de dotar a su hijo de las mejores condiciones ya antes del nacimiento. Quizás, aunque sea una mera ficción, convenga recordar la exclamación del replicante Roy en la película Blade Runner: "¡No es cosa fácil conocer a tu creador!". La felicidad de las próximas generaciones pasa por impedir ese lamento colectivo.
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